1 Juan 2.15-17
El joven rico se acercó a Jesús para saber cómo asegurar su futuro en la eternidad. Por amorosa preocupación, el Señor entabló un diálogo con el joven para explicarle lo equivocado que estaba, y de ese modo ayudarlo a entender la confusión espiritual que tenía (Mr 10.17-31).
Primero, el joven rico creía erróneamente que las buenas obras eran el medio para llegar al cielo. Pero la vida eterna no se “compra”; es un regalo por la fe en Jesucristo. Tampoco es algo que podamos conseguir aparte de Dios. Tenemos la vida eterna en el momento de la salvación, cuando la vida de Dios viene a nosotros en la persona del Espíritu Santo (Jn 4.14; 14.16, 17).
Segundo, la identidad del joven rico estaba atada a las cosas materiales. Jesús trató su problema haciéndole un amoroso reto: “Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Mr 10.21). El Señor no estaba diciendo que darlo todo era el camino para la salvación. Quería que este joven se diera cuenta de que su riqueza lo poseía a él. Jesús le ofreció un tesoro en el cielo, pero el joven lo rechazó. Su acción reveló que el apego del joven a las posesiones prevalecía sobre la oferta de las riquezas verdaderas. Jesús le explicó que quienes tienen riquezas y un estatus privilegiado tienden a confiar en sí mismos, no en Dios.
En nuestra cultura occidental tenemos mucho más que la mayoría de las personas en el resto mundo, lo cual significa que corremos el riesgo de caer en la misma trampa. Creemos en Jesús para la salvación, pero dependemos de nuestra inteligencia, capacidades, posesiones materiales o familiares para recibir ayuda. ¿De quién o de qué depende usted?
Autor Charles Stanley
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